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La simbología de una sede olímpica
Cómo Río de Janeiro ganó la sede de las Olimpíadas de 2016 con la fuerza de los símbolos
Mucho se ha especulado en la prensa española sobre los motivos de la victoria de la candidatura de Río de Janeiro para las Olimpíadas de 2016, la semana pasada, delante de adversarios tan fuertes cuanto Chicago, Tokio y Madrid. Se ha hablado del principio de la rotación de continentes, de una política de Estado a largo plazo, del amparo de una economía sólida y en crecimiento en tiempo de crisis, e incluso de la cuestión del lobby, instrumento tan insondable cuanto decisivo en ciertos campos de la actividad humana.
Sin embargo sea cierto que la conjunción de estos factores todos, además de muchos otros, podría explicar la preferencia de los delegados del COI al votar masivamente en Río en la última ronda de la elección, yo prefiero no subestimar la fuerza de los símbolos. Creo firmemente que fueron los símbolos que nos dieran a los brasileños la sede olímpica de 2016. ¿Y qué símbolos tan especiales serían estos, capaces de ofuscar conjuntamente los esfuerzos de EE.UU., Japón y España? A ver.
La candidatura de Río era la candidatura no de una ciudad: lo era de todo un país. Desde el río Amazonas hacia los pampas, desde las playas hacia las grandes ciudades, los brasileños unieron esperanzas por un objetivo. Y más que la candidatura de un país, era la candidatura de un continente, la América del Sur, región ignorada en la historia olímpica. Era también la candidatura representativa de América Latina y era, además, la candidatura más representativa de los países periféricos que se ven apartados de los acontecimientos del mundo.
En términos geopolíticos, conceder la sede de 2016 a Río significa reconocer el nuevo papel de Brasil en el orden internacional vigente. Como es de conocimiento general, en los últimos años Brasil se ha convertido en un player cada vez más destacado en las relaciones internacionales. Su economía, entre las diez mayores del mundo y la primera a haber superado la reciente crisis, le asegura como interlocutor esencial para las grandes cuestiones económicas del mundo, que son las que de hecho importan. Hay también el supuesto liderazgo de Brasil en América Latina, para la cual no es un poder imperialista más, sino un ejemplo de estabilidad a ser seguido.
Cuanto a la importancia interna de la cuestión, no se puede olvidar que la sede olímpica simboliza el rescate final de una ciudad hasta entonces rehén de sus propias contradicciones. Río de Janeiro fue, sucesivamente, capital colonial de Brasil, capital del imperio colonial portugués, capital del reino unido a Portugal, capital del imperio, capital de la república. En 1960 Brasilia se convierte en la capital de Brasil, mientras Río iniciaría un largo y profundo proceso de degradación social y urbana. Sin embargo, en los últimos años Río de Janeiro, a ejemplo de otras grandes ciudades brasileñas, viene superando sus problemas sociales, saliendo de las páginas policiales de los periódicos para volver a las columnas sociales internacionales, con todo el glamour que le toca. Las Olimpíadas eran el impulso que le faltaba para completar este ciclo de recuperación redentora.
Un último símbolo, no menos importante, de que es imprescindible acordarse: Brasil es el país del fútbol. No lo digo a título de elogio, por lo contrario. Brasil es un país monodeportivo, en que las segundas modalidades, como voleibol, baloncesto y natación, no tienen juntas una fracción de la popularidad del deporte nacional. Agréguese a ello el hecho de que el Mundial de Fútbol de 2014 será realizado en Brasil. En este contexto, las Olimpíadas son la tabla de salvación para el deporte de todo un país. País, dígase, todavía no acostumbrado con los recientes sucesos en modalidades hasta muy poco tiempo (o sea, hasta los Juegos Panamericanos de 2007) sin tradición en el país, a ejemplo de la gimnástica olímpica.
Los símbolos son fundamentales para hacerse victoriosa una candidatura a sede olímpica. Pekín 2008 fue el símbolo de la nueva China, potencia en ascensión cada vez más abierta al mundo. Atenas 2004 pretendió significar el retorno de las Olimpíadas a su cuna, a sus orígenes, aunque sin mayores efectos. Barcelona 1992 simbolizó, en definitiva, la apertura de una España cada vez más plural, redemocratizada y moderna. Tokio 1964 y Múnich 1972 fueron, sobre todo, el retorno de Japón y Alemania –Occidental, en este caso– a la convivencia internacional y a la normalidad posible durante la Guerra Fría, al paso que Moscú 1980 y Los Angeles 1984 no significaron mucho más que un ejercicio de la bipolaridad mundial.
¿Qué símbolos poseían Madrid, Tokio y Chicago para el embate que tuvo lugar en Dinamarca? Muy pocos, si comparados con los ejemplos mencionados. Madrid, por ejemplo, no posee hoy la fuerza simbólica que tenía una Barcelona en 1992. Además, toda elección es la fotografía, el registro de un momento. Si en el instante del flash final el peinado de Río de Janeiro les pareció más bien acabado a los electores del COI, es porque los representantes brasileños supieron impregnarlo con todos los símbolos con que puede hacerse victoriosa una candidatura.
Hoy los brasileños vivimos un momento de gran euforia con la elección de Río de Janeiro para sede de las Olimpíadas de 2016. Más que un evento de porte a ser realizado en nuestro país, dos años después del Mundial de Fútbol, los brasileños tendemos a asimilar a esta conquista como un reconocimiento externo de nuestras calidades internas, una especie de atestado de la plena ciudadanía internacional, tal como lo ha interpretado el presidente Lula. A los españoles seguro que les espera una nueva corazonada para la elección de la sede olímpica de 2020. Yo para entonces les prestaré mi corazón, con todo el simbolismo que lo puede acompañar.
Fábio Aristimunho Vargas
Abogado y escritor brasileño
Um comentário:
ah, ficou legal.
hehe, esqueceu de contar o nosso segredinho: Deus, há muito, tem nacionalidade.
aliás, espero que Ele se lembre e que possa dar melhores notícias e melhores dias aos nossos telejornais.
um beijinho
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